Por: Patricia Ruán [1], 1987

 Antes que nada quisiera confesar mi hurto con respecto al título; fue tomado de una de las paredes de las calles de Bogotá, escrito como se sabe por medio de una modalidad marginal: el graffiti. No pretendo entrar a analizar las implicaciones de este tipo de escritura; sino remitirme a lo que allí se plantea.

 La Universidad de los Andes en su situación geográfica mirando a Monserrate, deleitándose con su vista; porque ciertamente es lo que hacemos, ya que nuestra Universidad goza de hermosos predios, como bien lo anoto el periódico El Tiempo, en una de sus ediciones sabatinas del mes de Marzo.

 No obstante allí hay mucho más, nos hablan de nuestra indolencia, de nuestro silencio como fuerza estudiantil, de nuestra ausencia en los grandes acontecimientos, bien sea a través de una simple actitud de protesta; que a la hora de la verdad no es tan simple, si cuestionamos la labor estudiantil realizada por estos sectores sociales en Europa y lo que implico en el caso de Francia, Mayo del 68, y las protestas y el trabajo de censura que efectuaron convirtiéndose así en un sector importante en el desenvolvimiento social. Para ellos como para cualquier estudiante europeo, la época universitaria implica muchas cosas, entre ellas haber asistido en alguna oportunidad a una marcha en pro de una propuesta o en rechazo de otra; pero nosotros estando ausentes en momentos en que se requirió un compromiso, nos constituimos en un espacio marginal, ya que a fuerza de no ejercitar el derecho a la palabra y a la opinión hemos llegado a perder estos atributos, aunque espero que no dichas facultades.

 Brillamos por nuestra ausencia, como dice el refrán, entre injusticias cometidas contra ciudadanos que se encuentran en nuestra misma situación de estudiantes o ante el proceso político que vive el país; no estoy menospreciando la labor docente que realiza la Universidad empeñada en brindar una “educación integral”; pero dicha labor no es suficiente al igual que las actividades anexas, como conferencias de variados temas que sin duda muestran una preocupación sobre nuestro acontecer; pero el problema radica en la ínfima trascendencia con que cuentan estas actividades, que no van más allá de nuestro espacio.

 Así la Universidad se convierte en una productora de saberes, y nosotros los estudiantes en un recipiente al que se le introducen un sinfín de pociones que en el periodo de estudios deben ser asimiladas y a la vez adormecidas, pues nuestra hora aún no ha llegado. Poco a poco vamos convirtiéndonos en lo que somos, una fuerza silenciada, que debido al aprendizaje al que se nos ha sometido, podría no despertar jamás.

 Es de anotar también  lo curioso de nuestra situación de joven estudiante, debido a que no somos ni los niños a los que se dirige totalmente – donde empieza el proceso de manipulación de consciencias-, ni los adultos a los que se les otorga pleno juicio y criterio; entonces nos constituimos en una masa informe, que carente de identidad no sabe como obrar. 

 Este problema no ha sido generado  únicamente por nosotros sino que se deprende de uno de esos modos de definir los cincos años de educación superior, como una época exenta de responsabilidades. Sin duda esto no es tan simple si contemplamos que la carencia de definición impide situarse responsablemente ante la sociedad, pues somos niños grandes que jugamos a ser adultos debido a que para algunas cuestiones se nos exige nuestra máxima madurez, y para otras se nos respeta y pide nuestra faceta infantil; esto a lo que apunta es al proceso lúdico del cual somos participes.

 No pensamos en las implicaciones de nuestro diario acontecer y en las consecuencias de lo que estamos asimilando durante nuestra estancia en la Universidad, y menos aún sobre lo que perdurara después de esta enajenación académica. Es posible que seamos los perfectos ejemplares, pues respondemos adecuadamente a los que se espera de nosotros; estar prestos a reproducir fielmente un sistema.

 Es necesaria una revaloración de nuestro quehacer universitario, ya que más tarde será difícil o tal vez imposible, pues cuando hayamos ingresado al mundo de afuera y por ende, adquirido nuestra verdadera carta de ciudadanía, estaremos tan bien adiestrados para entonces, que ni siquiera nos plantearemos tal posibilidad. Tan poco seremos los uniandinos de espaldas al país, sino los ciudadanos en los que recaerá una labor de orientación de la nación.

 No hay que pensar en el planteamiento de estas cuestiones como el producto de un delirio pasajero de un periodo juvenil. Es simplemente que el mundo no está concluido porque nosotros nos encontramos aquí, y es obvio que la formación de 6,163 estudiantes tiene que tener algún sentido.

 No podemos dejar que se nos utilice como simples eslabones de la cadena, en la reproducción mecánica de un orden social.

 Iniciemos por no seguir dándole la espalda al país, con la falsa premisa de que lo que sucede no nos atañe.

 


 

[1] Artículo de la estudiante uniandina Patricia Ruan, publicado en Hojalata, Mayo 2 de 1987.