“Creer con Frecuencia.”

Por: María del Mar Andrade - Estudiante de Ciencia Política

  Una de mis clases de este semestre tiene como fundamento lo que mi profesor llamaría el  “Teorema de Carmelo Valencia[1]”y podría titularse “Creer e invertir”. Esta clase tiene diferentes temáticas y por suerte, con más de una se puede ejemplificar esta cultura que pareciese sólo llenarse de nacionalismo con transmisiones del Gol Caracol. Sin embargo, si traigo a colación esta clase, es porque me ha ayudado a entender un poco más de cerca por qué este país está sumido en un estancamiento social, más allá de opiniones sesgadas sobre izquierda o derecha, y recae más en una falta de fe en lo que concierne al otro, pues al fin y al cabo, el colombiano promedio prefiere “malo conocido que bueno por conocer”. 

 Pero ¿a qué se debe el motivo de dicho refrán? Sería absurdo intentar generalizar partiendo de esta -mal que bien-, privilegiada supervivencia, pero sería también inevitable dejar de reconocer hasta qué punto este país está sumido en la desconfianza y cuáles son los motivos de nuestros refranes. Siendo asi, es importante puntualizar este fenómeno y, a mi modo de ver, no se trata nada más ni nada menos que de una eterna situación de suspicacia, un permanente presentimiento de que “de eso tan bueno no dan tanto” pues desde la Colonia se tienen anécdotas de cómo nuestra ‘madre’ patria, hizo usos indebidos de nuestras amplias riquezas, bajo la premisa de llevarnos a la ‘civilización’. Pero sin recurrir a tiempos tan remotos, la base de la desconfianza no recae sólo en las desfachateces de los ancestros de Guardiola. La base de la desconfianza en este país se construye día a día, pues muchos alegan por las condiciones que sufre nuestra realidad por la injusticia, la indiferencia, el egoísmo, la ignorancia, pero pocos se remiten a las urnas, a la participación en foros, a leer, escribir, opinar, por falta de fe hacia sus instituciones, hacia sus gobernantes y finalmente, hacia el otro. 

 Todo lo anterior se da a partir de una base tal vez muy simple y es que piense usted ¿cuántas veces ha considerado que el precio de cualquier producto que puede comprar (desde una bolsa de maní, hasta un televisor) es el precio justo que le deben cobrar?, ¿cuántas veces no ha ‘regateado’ ese precio porque le pueden “meter gato por liebre”? Ese fenómeno, no necesita remitirse al siglo XV para explicarse, y ni mucho menos necesita de una explicación originaria de la brillantez chavista que abarca desde la multiplicación de miembros viriles hasta la conspiración del Imperio Yankee. Este fenómeno sólo tiene una explicación y se denomina: Idiosincrasia.

 Ya tomando un tono más formal para que no se crea que de lo que hablo es trivial, el fenómeno de una idiosincrasia que por antonomasia es desconfiada, repercute en altísimos costos para un Estado. Esto puede verse en aspectos que abarcan desde lo económico a lo social, pues en la medida en que haya una alta desconfianza en el vecino y en las instituciones, los costos de transacción resultan más altos y las inversiones resultan más escasas que frecuentes. No sólo la desconfianza produce costos en el desarrollo económico, sino que a nivel social se buscan mecanismos de justicia que conllevan a los ciudadanos a librar las luchas como propias, pues la creencia en las instituciones es tan baja, que la garantía de una seguridad por parte del Estado es casi ausente (¿no le suena familiar el surgimiento de grupos insurgentes, algo asi como los paramilitares?). Somos una cultura caracterizada una falta de fe arrastrada por la incertidumbre, que al fin y al cabo nos lleva a no invertir en operaciones conjuntas de capital social, creyendo que nuestras ganancias serán mayores por no estar sujetas a lo que el otro decida. Nos caracterizamos entonces por estar en una situación estática, en donde la sospecha nos hace confundir la cooperación con paternalismo y la competencia con oligopolio. 

¿Quién sabe qué podrá deparar entonces tal destino? al fin y al cabo somos un país que vive de  “hombre prevenido vale por dos”, pero que no se da cuenta de lo contraproducente de este atributo y si no es así, sólo conteste a esta pregunta: Si culminan ‘exitosamente’ el Proceso de Paz en la Habana, ¿Confiaría usted en tener un desmovilizado como vecino?

 


[1] Si no sabe quién es Carmelo Valencia, recuerde ese penalti del 2009 justificado por la frase “El mundo es de los vivos y no de los bobos”.