Por: Martín Rodríguez - Estudiante de Antropología

 Después de una caminada, de un poco más de una hora y de unas cuantas paradas para tomar agua durante la subida de algo más de 1200 escalones, estaba en la entrada de Ciudad Perdida. Al llegar uno se encuentra con un circulo de piedra que, como manifiesta el mamo Rumaldo, se le debe dar una vuelta, procurando olvidar todo interés material, para agradecer a la montaña, purificarse, y así poder entrar a la ciudad. La Sierra Nevada cuenta con varios complejos, construcciones y vestigios indígenas, pero solo la ciudad cuenta con el consentimiento indígena para el ingreso de turistas, el desarrollo de investigaciones y para que se ubique un pelotón del ejército. Los restantes vestigios son, además, de difícil acceso y están cubiertos por vegetación.

Teyuna, denominada así por los indígenas Kogi, se construyó alrededor del siglo VII-VIII. Estuvo habitada hasta 1650. Fue descubierta en 1973 por guaqueros que durante 3 años saquearon el lugar. Sin embargo, tras una guerra entre los mismos guaqueros, en 1976 Franklin Rey reportó al ICANH el hallazgo. Ese mismo año inició la investigación y se abrió el Parque Arqueológico Ciudad Perdida. Pero a pesar de que en toda historia hay un protagonista, también incluye muchos actores que pasan desapercibidos. Y de esto se trata esta corta crónica. Ciudad Espiritual, que es lo que realmente quiere decir Teyuna, es solo un porcentaje de un largo viaje lleno de paisajes, política, historia y más importante aún, personas.

El recorrido a Ciudad Perdida puede variar de 4 a 7 días, según el interés y presupuesto del turista. No obstante, cualquier sujeto que decida hacerlo, debe pasar por Machete Pelado. Esta es una vereda construida en medio de la sierra, a doce km. de la carretera principal que lleva a Riohacha, es la primera parada antes de iniciar el ascenso. Parece un pueblo inhabitado, que se ha construido a lo largo una sola vía que lleva a la entrada del parque. Esporádicamente se ve a la gente caminando o sentada en su mecedora escuchando vallenato en rockola y una cerveza en la mano. Parece más un lugar de rumba, pues contiene más bares y billares que viviendas. Los residentes son temporales, van y vienen de Santa Marta, principalmente para atender turistas, pues ofrecen almuerzos, bebidas y servicio de mulas para llevar las maletas. La única presencia estatal son un par de policías que improvisan su estación en un taller abandonado, hay un pequeño puesto de salud y una capilla al final de la única vía pavimentada.

Acto seguido, se inicia la caminata por la sierra. Poco a poco se va divisando casas de colonos y campesinos que tienen sus cultivos y un par de cabezas de ganado. Los forasteros vamos fascinados con los paisajes de naturaleza y la vista al mar que acompaña durante una hora el recorrido. Pero los demás, los guías, los muleros, etc. parecen estar más interesados en saludarse, reencontrarse. Todas las personas se conocen. Después de un día de caminatas se llega al resguardo Kogi. Es interesante que lo que determina el inicio del resguardo es la Ciudadela Mutanyi. Un complejo de casas destinado, supuestamente, a reuniones y eventos importantes para los indígenas, pero que transmite más la sensación de una atracción turística para los visitantes. Los Kogi no necesitan hacerse visibles en su territorio, según cuenta el mamo Rumaldo, por eso, durante el recorrido, no se vuelven a ver sus construcciones.

El recorrido permite evidenciar variados paisajes paradisiacos. Arboles de 20-30 metros de alto y 2 o 3 metros de ancho. Piscinas naturales alimentadas por el río Buritaca y variadas especies de insectos y aves. La selva tropical está intacta. Las mujeres indígenas recogen sus cultivos y se mueven con gran agilidad entre el espeso bosque. No supe si los hombres también recogen alimentos, pero los niños si las ayudan. Trabajan descalzos y así recorren la sierra.

Es un camino complicado y agreste. El calor sofoca y los mosquitos son abundantes. Después de 3 días de caminatas estaba frente a los primeros escalones de unos 1200 que me esperaban. Pero en ese momento comprendí que Ciudad Perdida, no son solo las ruinas Tayrona. Es ese recorrido de múltiples paisajes y personas, indígenas, colonos, forasteros y policías que cuentan una historia sobre esa ciudad y la montaña que la contiene. Entonces uniandino, si de ecoturismo se trata y está interesado en ensuciarse un poco, o mejor aún, si quiere conocer una de las múltiples caras de su país, nada mejor para empezar que  viajar a Teyuna, en la Sierra Nevada de Santa Marta.