
Por: Rodolfo Masías Núñez - Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes
La universidad (cualquier universidad) como institución contemporánea, es una entidad que se asemeja mucho a un sistema social complejo luhmanniano. Así me la imagino y así creo que ha tendido a ser. Decir que es tal tipo de sistema equivale a aceptar que la universidad contemporánea no establece relaciones fáciles ni simples (y en ocasiones ni deseables) con su entorno, como tampoco relaciones unidireccionales ni de dependencia.
Para los sistemas complejos, los entornos no son siempre determinantes, según Luhmann casi nunca lo son, es decir, no son las fuerzas decisivas de sus destinos. Estos sistemas, por el contrario, evolucionan y se expanden y toman sus cursos de acción de un modo autorreferencial y autopoiético. Lo primero significa que su punto de referencia para captar sus necesidades y metas es su propio pasado y presente, nada más; lo segundo, que satisfacen esas necesidades y metas reproduciéndose desde sí mismos.
En el entorno de un sistema hay otros sistemas de la misma naturaleza o, para decirlo con otras palabras, con las mismas propensiones. De ser la realidad tal como la estoy concibiendo, más que solidaridad y cooperación entre sistemas, lo que abunda es el conflicto intersistémico o en su defecto la omisión sistémica (que es la prescindencia de los otros sistemas). Al tender cada sistema a su perpetuación (autoperpetuación) una lucha por la subsistencia es la que impera, como, en vez, si es el caso, la ignorancia del entorno.
El gran problema con esta visión luhmanniana, que parece tan bien representar la situación de la universidad contemporánea, es que no provee un lugar suficiente para la voluntad y en consecuencia para el deseo humano en la explicación del acontecer. Es como si viviésemos en un mundo cibernético, gobernado por unas fuerzas anónimas e impersonales que, en algún momento, se le escaparon de las manos a nuestra especie. Es en este punto del razonamiento donde, a mi entender, hay que hacer un desplazamiento radical, pues, de ser cierto que las cosas hayan tendido a ser así, no significa que no puedan ser de otra manera, ni que en esa transformación tenga un protagonismo no el sistema sino las personas.
La Universidad de los Andes no escapa de estas tendencias, pero también es cierto que ha desarrollado ciertas relaciones con el entorno más allá de un origen como sistema complejo clausurado. Todo el proceso de institucionalización de la universidad, de esta última década, con su incremento de reglas y disposiciones frondosas, con el establecimiento de un régimen de actuación hacia futuro, creo que ha tenido como contrapartida una clausura o cierre mayor que el que se esperaría de una universidad enclavada en su sociedad. Sin embargo, veo también en sus autoridades y en toda su comunidad una mayor y autentica conciencia sobre otra relación con el entorno, más aun cuando la Universidad de los Andes, debido a su ‘evolución’ incuestionable, ha pasado a ser un patrimonio nacional. Eso pesa mucho, porque significa una responsabilidad mayor, ahora con la sociedad colombiana.
Empero, mi impresión es que se puede hacer mucho más. Mi impresión y mi deseo es que se debe hacer mucho más. Las tendencias, en la medida que sean más o menos deseables o indeseables, se pueden revertir con voluntad y convicción. Entre tanto, a diferencia de la visión luhmanniana, me imagino una universidad más abierta, con una concepción de solidaridad intersistémica, donde sus destinos estén en comunicación continua con el medio y donde se piense cada vez más de manera transinstitucional.