Por: Nem Zhue Patiño - Estudiante de Filosofía

La concordancia que puede tener un lema estatutario con el actuar de una institución se debe ver reflejado de una manera integral en la fuerza que une a la misma con el contexto en el que vive, incluyendo sus coyunturas y situaciones políticas.   El caso colombiano resulta de la mezcla indistinta de intereses y teorías; la madeja cultural colombiana se complejiza a cada mirada. Y, aún con el acote más específico, la Universidad de los Andes, que, según identifica el QS World Ranking, se encuentra como uno de los 4 bastiones más importantes de la educación en América Latina, no refleja de manera clara cuáles son sus intereses en el contexto en que se inserta.

Para brindar un cierto contexto, en nuestro país andino, desde el segundo mandato de Rafael Núñez hasta el primero de Alfonso López Pumarejo, la educación pública, en todos los niveles, era manejada por el clérigo, a manera de compensación por los exilios que históricamente se les habían impuesto desde la época del virreinato, decía Núñez. Con esta justificación el país se encontró con una recarga de funciones impuesta a la Universidad Nacional de Colombia, que debía manejarla en todo el territorio. Con esta coyuntura surgen las fundaciones, en un periodo de 20 años, de varias universidades privadas de carácter liberal, entre ellas la Universidad de Los Andes. Lo que de esta época resulta, ahora, es que esta se ha desarrollado de una manera increíble, logrando escalar a los puestos de mayor prestigio a nivel internacional, y de esto lo que resulta paradójico es que las otras universidades fundadas en este periodo y con propósitos similares no hayan obtenido tal alcance académico ni visibilidad, e igual de sorprendente es que sus desarrollos en materia de integración con la comunidad hayan sido contrarios a sus contribuciones académicas.

 Así, podemos inferir a primera vista que las intenciones de la Universidad de los Andes se separan radicalmente de las que, en principio, le dieron origen. No se piensa como una institución de carácter reaccionario frente  a las coyunturas, sino como un obelisco liberal en el panorama del desarrollo nacional. Busca desarrollar de manera unívoca el conocimiento y la investigación, en concordancia con su Declaración de principios fundadores. Lo que resulta de su lema de “más allá del deber” siempre arroja  prácticas autónomas que parecen más preocupadas por la integridad de la institución que por su integración en la vida ciudadana. Un alejamiento programático de las realidades nacionales que busca establecer, por medio de méritos y de reconocimientos foráneos, un sistema educativo estandarizado, que satisface la nivelación del conocimiento en tanto demanda del mismo. Las utilizaciones de estas transcendencias pueden llegar inclusive a obnubilar los precedentes intelectuales de las iniciativas fundacionales, cosa que bajo ninguna circunstancia puede permitirse. Y son estos usos los que han llevado a la Universidad de los Andes a crecer de una manera tan desequilibrada frente a la realidad que no responde ni a sus costos ni a sus crecimientos vertiginosos. Una mirada más acortada, que no busque la trascendencia de los deberes, sino el cumplimiento cabalístico de los mismos pueden llevar a la conclusión concreta de mejores empresas. “Más allá del deber” se dice en la Universidad, “hay que entender por completo los deberes” parece gritar la realidad colombiana.