La pregunta por la divinidad o la primera causa ha inquietado al hombre desde el comienzo de la historia. Religión, espiritualidad y fe son algunas expresiones de esta dimensión de la vida humana y, aunque difieren entre sí, tienen en común que se refieren a formas en que individuos y colectivos dan sentido a la realidad, de tal manera que orientan su capacidad de juzgar, actuar e incluso de sentir.

Así, por ejemplo, ¿qué es el bien? ¿qué es el mal? ¿quiénes somos y de dónde venimos? son tan solo algunas de las preguntas a través de las cuales el ser humano interpela la realidad en busca de sentido. La manera en que son resueltos estos interrogantes tiene una enorme repercusión en las formas en que se orienta la vida. Sin embargo, la capacidad de hacer preguntas y de dar respuestas con efectos prácticos no parece ser exclusiva de la religión, y por tanto no se muestra como un elemento suficiente para caracterizarla. Consideramos que la institucionalización hace parte fundamental de aquello que contemporáneamente entendemos como religión.

Es así como la pregunta por la religión se torna particularmente relevante para las ciencias sociales, pues se tiene en cuenta que su institucionalización la ubica en un campo social atravesado por profundas contradicciones. No se trata pues de un asunto reservado a la intimidad del alma, ni de un objeto que por su sensibilidad se torna inefable. Antes bien, se trata de un prolífico campo de reflexión, en el que se vuelve fundamental tener en cuenta el contexto en que sus dinámicas operan y se reproducen. Así por ejemplo, en momentos muy concretos de la historia (y muy extensos también), las instituciones religiosas han sido objeto de reflexión de la filosofía y las ciencias sociales por su cercanía a las instituciones del poder político y por su alto grado de influencia en la reproducción de los órdenes sociales con sus desigualdades y sus sistemas jerárquicos.

La singularidad de los contextos da forma a una gran diversidad de dinámicas que tienen lugar bajo el nombre de la experiencia religiosa. Es así como es posible identificar expresiones religiosas que se proponen y logran conglomerar masivamente, mientras hay otras que presentan un claro sesgo en la selección del espacio social en el que buscan realizar su misión. La proliferación de instituciones religiosas y espiritistas de corte “new age” entre las clases acomodadas del mundo occidental es una cara de este fenómeno. El fortalecimiento de prácticas ancestrales, como el camdonblé y la santería  entre los sectores marginales del tercer mundo nos enseña otra arista. En ambos casos, la espiritualidad y la religión hacen parte de contextos que desbordan el recinto cerrado del individuo, e implican una actitud puntual frente a las formas de vida que la sociedad  adopta; actitud que en algunos casos expresa resistencias con respecto al orden dominante y sus representantes oficiales, y que en otros aspectos parece adecuarse y favorecer a la perfección la reproducción del orden en cuestión. Esta interacción entre distintas religiones institucionalizadas puede en muchos casos llegar a tensionar de manera tan intensa las contradicciones sociales que incentiva la ocurrencia de enfrentamientos generando daños incalculables. No es muy arriesgado intuir que gran parte de la complejidad del conflicto entre grupos palestinos y el Estado de Israel se debe al importante papel que juega la religión institucionalizada en estas sociedades. ¿Qué tanto tendrá que ver este papel de la institución religiosa en la sociedad para permitir y alentar que los combatientes desplieguen tales niveles de violencia? ¿En qué medida la institución religiosa y las creencias que administra contribuyen a legitimar la barbarie con que actúan sus combatientes entre la población de un Estado? ¿Por qué esto persiste a pesar de la evidente contradicción con sus doctrinas?

El número que tiene en sus manos ha sido nuestro esfuerzo por significar críticamente aquel componente profundamente social que atraviesa lo religioso; aquello que en el mundo contemporaneo, cada vez más convencido del secularismo, parece relegado al oscuro rincón de la intimidad. La historización de la dimensión religiosa no tiene que ver con establecer qué fue primero: si la divinidad o el hombre. Tiene que ver más bien con la posibilidad de darle sentido a la manera en que se han configurado formas de ser en comunidad y formas de ser individuo en contextos concretos, de tal manera que aquellas formas dejen de mostrarse ante nosotros como estáticas e inalterables.