Por: Silvia Catalina Quintero Torres - Estudiante de pregrado de Derecho y Antropología

Hacen falta cuando no vienen.

Desde los miércoles estamos todos:

-Pilas que el viernes vienen, pilas que el viernes vienen-

J.V. Interno patio Tercera Edad

 Me sorprenden las transformaciones de identidades, subjetividades y percepciones que me produce hacer parte de la investigación en cárceles. En mi caso, el estar activamente en un proyecto sobre condiciones de reclusión para internos con discapacidad, de la tercera edad y con VIH en la cárcel Modelo,

y ser miembro del Grupo de Prisiones y Cárceles que trabaja en lo relacionado a beneficios administrativos y subrogados penales[1] con internas en el Buen Pastor, me ha conducido un acercamiento totalmente distinto a los individuos que habitan esas paredes.

 

La Modelo

 La entrada siempre es difícil. Viernes, usualmente llego a las 7 y media a “La Cocina”. Un tinto y un pan hacen mi desayuno. Me siento en la primera mesa, el tinto me permite imaginarme lo que pasará cada viernes: las conversaciones, el frío, las risas, los olores. Cruzando la calle una gran pared blanca reza en azul:

 

ESTABLECIMIENTO CARCELARIO

 “LA MODELO”

 Por entre la concertina, que se posa sobre la pared, se asoman algunas torres: el panóptico que describía Foucault, pensaría cualquiera, hasta que entra.

 Todos suelen llegar alrededor de las 8 am. Hay que esperar hasta las 8 y media que termina el conteo para empezar a llamar al funcionario del INPEC que nos tramita el permiso de entrada. Cédula, documento con foto, primer sello, primera requisa. Escaleras, maletas en el armario -¿no llevan dinero, celulares ni nada metálico?, cuadernos, Código de Procedimiento Penal. Detector de metal, segunda requisa, segundo sello, primera reja. Cédula, ficha, tercer sello. Pasillo, cuarto sello, segunda reja.

 A la izquierda una puerta azul marca la entrada a los patios 3, 3ª, 4 y 5. A la derecha una puerta igual marca la entrada a los patios 1, 1ª, 2, 2b, Nuevo Milenio. Ya se comienza a escuchar bochinche, algunos internos andan por ahí, pasando o hablando con los dragoneantes.

 Nosotros seguimos derecho. Un pasillo interminable nos guía hacia un espacio abierto. Hay que girar a la derecha, y luego de unos metros girar de nuevo. Usualmente internos dedicados a labores de ranchería nos saludan mientras descansan al sol. A veces no sé si nos saludan por amabilidad o es una especie de saludo libidinoso a las mujeres que vamos pasando.

 Una reja azul nos separa del pasillo que conduce a los patios, allí nos encontramos con los chicos. Entramos a Tercera Edad, el patio de internos mayores de sesenta años que, también, está conectado al patio Piloto, para internos con discapacidad. Mientras los internos nos organizan las mesas y sillas para atender, vamos saludando a quienes ya conocemos. Cada vez vienen menos a hacer consulticas rápidas sobre sus procesos, ya los hemos entrevistado y evacuado a casi todos.

 En el patio lo más común es que haga un frío que penetra hasta los huesos; así haga sol la cárcel siempre es fría. Tiene un olor muy particular, un compañero me dijo una vez que la cárcel huele a humedad con grasa humana, no he encontrado mejores palabras para describirlo así que robaré las suyas. Las paredes, que debían estar pintadas de blanco, son infinitamente grises. Algunas tienen mensajes religiosos, supongo que el encierro en condiciones infrahumanas genera la necesidad de acudir a algo que dé apoyo.

 Cada viernes, luego de entregar los papeles que llevo, me siento a conversar con los chicos: los internos que me ayudan en la tesis, o con quienes he hablado ya varias veces. Algunos tienen discapacidad física, otros psicosocial, pero todos tienen muy claro que no quieren estar allí. Entre preguntas sobre si redimen pena, cómo es su diario vivir como internos con discapacidad y su relación con el entorno, se cuelan historias sobre su vida en la calle y entre las rejas: cómo cayeron[2], los demás internos, su relación con las familias, con la guardia del INPEC, el consumo de bazuco y marihuana adentro, su pasado, los hechos que los llevaron a estar encanados. A veces me siento más como su psicóloga o amiga que como la estudiante de derecho que quiere aportar a que todos puedan acceder, en igualdad de condiciones, a los mecanismos de redención de pena.

 Usualmente un tinto o un jugo acompañan estas charlas que parecen interminables, los chicos no dejan escapar ningún detalle en sus relatos, por lo que percibo hasta los recuerdos más pequeños y lejanos cobran importancia en la reclusión.

 Por lo general estamos una hora, hora y media en el patio.

Nos damos la mano –En ocho días no vemos. Que me les vaya muy bien. Llega la hora de partir, volvemos a hacer el recorrido de vuelta, comentando sobre lo que vimos y escuchamos ese día en el patio. Nosotros podemos ver  y vivir la calle, ellos se quedan.

 

El Buen Pastor

 Esta vez fui un viernes, pero se supone que entramos los lunes. Una inmensa puerta azul que marca el final de la carrera 47 es la entrada a la Reclusión de Mujeres El Buen Pastor. A la izquierda se encuentran las instalaciones de la Arquidiócesis de Bogotá y a la derecha la Escuela Militar. Aquí no hay restaurante en donde esperar, hay que sentarse en el andén. Entramos a las 2 de la tarde. Dejamos las cosas en la casetica de coca-cola. –Buenas tardes teniente.

 Cédula, carnet, sello. Requisa, sello. Camino, dos sellos, segunda requisa con la silla detectora. Una puerta blanca.

 Caminamos derecho, pasamos una reja y a ambos lados del largo, y ancho, pasillo se asoman las internas desde las blancas rejas que separan sus patios.

 El Buen Pastor es abismalmente distinta a La Modelo. Las paredes son amarillo ocre, y tienen muchos carteles pintados con marcadores de colores y “letra timoteo”. No huele a nada. Muchas de las chicas están en uniforme: Café claro con naranja.

 Caminamos unos minutos por ese largo pasillo, aquí no nos saludan al pasar, excepto la primera vez que entramos, mientras pasábamos silbaron y chiflaron a los hombres que hacen parte del grupo. La Teniente nos ubica junto a la oficina de derechos humanos, frente al “parque de la 93”.[3]

Tenemos sillas y, algunos, mesas rimax. Comienzan a llegar las internas, veo cómo mis compañeras y compañeros las atienden mientras yo espero que me asignen a alguien. Sólo puedo pensar en lo diferente que es esto de mis visitas a La Modelo, dónde yo estoy en su espacio, en su patio. Aquí, estamos dentro de la reclusión pero ellas deben salir de su patio a éste, un sector medio neutro.

 Logré generar empatía con las chicas que atendí, entre las charlas sobre sus condiciones de reclusión y sus procesos se nos escapan risas conjuntas y, yo siento, genuinas. Mientras hablamos, logro ver a las chicas hacer fila para recoger su comida, son las cuatro de la tarde. Excesivamente temprano, pero esos son los tiempos en la cárcel.

 En el rato que estuve en la reclusión pude ver muchos de los pequeños, hijos de las mujeres, corriendo por ahí. Hermosas bebas con rizos saltando y hermosos nenes en jeans corriendo. No puedo evitar pensar si recordarán, al crecer, sus primeros años en la reclusión pues los dejan estar allí hasta los tres años.

 –No mi doc, es que eso es muy complicado. A una le toca tener mucha fuerza.

Un par de lágrimas se asoman por los grandes ojos de la segunda mujer que atendí, mientras me cuenta sobre la calle y lo que dejó afuera. No sé qué decir, pienso que todo lo que salga de mi boca podrá ser estúpido así que solo musito: -Usted es una mujer fuerte, muy fuerte. Ella me agradece por todo, me manda muchas bendiciones de su dios, en el cual no creo, y se va.

 Terminamos la visita. Todos atendieron entre 4 y 5 mujeres, yo atendí a dos. Creo que me quedé demasiado tiempo hablando con ellas. Ayudamos a ordenar las sillas y tomamos nuestro rumbo de vuelta a la calle.

 La capacidad de entender la situación infrahumana, de vulneración sistemática y permanente de los derechos de las personas privadas de la libertad, genera un cambio interesante en el chip: la posibilidad de separar la idea de comisión de delitos como signo de maldad como determinante de la identidad, y por ende de rechazo, de la condición de persona. El INPEC está lejos de ser el malo del paseo, los malos somos todos, que olvidamos el único rasgo que nos une a todos: la condición humana, y nos ponemos en una posición de superioridad sea rechazando o sintiendo lástima, en vez de ejercer acciones prácticas para mejorar la situación de estos y muchos otros individuos que lo requieren.

 Nunca he sido muy buena abogada, mi memoria es pésima y hasta octavo semestre retomé la primípara esperanza de generar un cambio a través de “la profesión”, antes de eso, solo pensaba en salir de la universidad, irme a vivir al campo y desentenderme de todo. Pero hoy no es así… probablemente por lo que me trae cada viernes y muchos lunes de mi vida.

 


[1] Por beneficios administrativos se entienden los permisos otorgados por los establecimientos de reclusión a los internos o internas cuando se cumplan ciertos requisitos. Ejemplos de esto son: permisos de salida por 24, 72 horas. Subrogados penales son mecanismos que otorga el Juez de Ejecución de Penas y Medidas de Seguridad que reemplazan el cumplimiento de la pena intramural: prisión domiciliaria, vigilancia electrónica.

[2] Caer, en el argot carcelario, significa ser capturado por las autoridades.

[3] Se le conoce como Parque de la 93 a la plazoleta donde las internas reciben sus visitas.