EL ELOGIO DE LA CONVERSACIÓN

Por: Luis Gabriel Galán - Estudiante de Historia y Ciencia Política

           He sido un coleccionista de conversaciones ilustres. Las he buscado incansablemente. Y no he sido defraudado con las del Dr. Johnson y James Boswell en los bares de Londres, o las conversaciones entre Bioy Casares y Borges en casa del primero. El estudio del movimiento de la información y de las distintas sociabilidades en el siglo XIX colombiano, me ha hecho aún más adicto. He seguido otros rastros, a veces en otros confines librescos. He descubierto la pasión hindú por la conversación en los bazares de Lahore; la francesa en los salones literarios y en los cafés de Paris. Swift y Wilde dedicaron espléndidos ensayos a la conversación. Porque la conversación, esto se olvida con frecuencia, es un arte, un arte alado que ahora es amenazado por tantos medios escritos digitales.

 He descubierto en mi investigación la temprana pasión colombiana por la conversación. En las tabernas, en las calles, en el famoso “Altozano”, o en las tertulias de José María Rojas Garrido, la segunda mitad del siglo XIX colombiano se revelaba como un siglo de la conversación. Y el arte importaba: la retórica era comentada, juzgada y elogiada en muchas memorias. A veces he sentido envidia por admirables conversadores y me rindo de rodillas antes sus encantos y simpatías. Pero la conversación no es sólo estética: es moral y es humana. Mi vida universitaria ha sido por fortuna una de conversación. La nostalgia es dulce compañera de la vida y en ella caben muchos diálogos que me han deparado enormes felicidades y descubrimientos de la vida humana. Por fortuna no he sido contagiado por el virus de “lo Otro”, en lo intelectual y en lo moral, y he conversado con todo género de personas. Como los libros, conversar ha enriquecido mi vida con otras historias. Hay experiencias espirituales y experiencias físicas: las primeras nos hacen crecer interiormente y son las que importan; las demás son externas y se olvidan fácilmente. Las buenas conversaciones son de la primera clase; los facebook, los chats, los whatsap, son de la segunda clase. ¿Qué nos quedará de ellos? Incluso la correspondencia meditada y amorosa tan practicada en los jóvenes del siglo XIX es tan poco practicada por nosotros.

El diálogo en la universidad y en sus entornos me ha traído muchos dones: la revelación de la ignorancia y la intimidad de la amistad (la conversación puede ayudar a curar la primera y sólo a brindar la segunda). Algunas de las experiencias más capitales de mi vida han sido unas cuantas conversaciones. Ellos y ellas las recordarán tanto como yo. El ideal de conocimiento y la intimidad son dos cosas que considero importantes. Pero hay otro esencial. Y me hacía sonreír en las caminatas por la universidad, bajo las boscosas sombras del Bobo, o bajo los senderos de piedra que conducen a la biblioteca de arquitectura. Yo me daba cuenta que en lo alto de una terraza celeste, el famoso arquerito de las flechas, en cuanto percibía a un muchachito y una muchachita conversando cosas que sólo les importaba a ellos, soltaba su flechas desbocadas, y como decía el maestro del encanto R. L. Stevenson, “lo demás eran cosas de un momento”. Tantas cosas mágicas sobrevienen con las palabras aladas. Decir adiós a la universidad es decir adiós a algunas conversaciones; es despedirse de ciertas cosas que me han hecho amar la vida.

Cuando nuestro cabello haya encanecido, espero que el destino nos encuentre a ti, lector, y a mí, como encontró a Socrates en un ocaso de Atenas: conversando dulcemente con sus amigos, antes de bajar a las orillas donde aguarda la barca de Caronte, que boga hacia el misterio más grande y liberador de la vida. Borges no podía imaginar el paraíso sino bajo la especie de una biblioteca. Comparto la fantasía. Pero, ¡qué triste y solitario sería que no hubiera nadie con quien conversar sobre sus tesoros!