Por: Andrés Felipe Salazar Ávila – Estudiante de Ciencia política e Historia.

Cuando se piensa en la Universidad de los Andes, existen diversas formas de describirla. Unos la asocian con un club de relaciones contractuales; otros, con un espacio de alta formación académica. Estos son simplemente algunos de los casos que reflejan la variedad de prejuicios que hay sobre la universidad. Sin embargo, en este breve artículo quiero discrepar del interrogante ¿qué piensa de Los Andes?, y más bien, quiero responder en este pequeño número de palabras ¿para qué Los Andes?, desde mi perspectiva de estudiante de Ciencias Sociales.

Un día, un compañero de clase cuestionó la manera como el Grupo de Memoria Histórica (GMH), en su informe sobre El Salado, hacía uso del lenguaje en el texto. El argumento que dio el estudiante fue que la minuciosa descripción de los acontecimientos  tenía un carácter amarillista. En principio, él tenía razón, ya que el detalle de las atrocidades, por parte de los actores armados, construía una perspectiva similar a escenas de Rambo. Mi reflexión sobre el asunto fue que el estilo del informe hace que el lector se conmueva, pero sobre todo, se aproxime a la realidad del país y los actores que confluyen en ésta.

Esta experiencia, que fue punto de discusión de una clase, la traigo a colación por lo siguiente. El fin es pensar la utilidad de la universidad. En ese sentido, si los estudiantes hacemos el ejercicio de mirar desde las terrazas del Edificio Santo Domingo o Mario Laserna, no solo nos damos cuenta de las precarias condiciones de algunos barrios situados alrededor del campus, sino de la burbuja en la que estamos inmersos. Las dinámicas internas que giran intrínsecamente en Los Andes hacen que el estudiante se enfoque en aprender. Pero la cuestión que surge en este proceso es ¿para qué aprender? Allí es donde este efecto burbuja aparece, y posiblemente las respuestas serían:  para formar profesionales competitivos que tengan altos ingresos o accedan a los programas de posgrado de alta calidad del mundo.

No obstante, el problema estructural sigue latente. La conexión entre estudiantes y la  realidad colombiana no está bien definida. A pesar de la gran formación profesional, y de las diferentes formas de conocimiento que en mi caso adquiero en mis clases de ciencia política e historia, como científico social tengo un compromiso mayor. La cuestión no es simplemente plantear qué diría un pensador sobre la coyuntura colombiana, o en el caso que referencié, del lenguaje del informe del GMH. El problema del uniandino y de los estudiantes en Colombia es que tienen como fin aprender. Sin embargo, la respuesta a la pregunta inicial no se puede limitar a la adquisición de información. Se debe ceñir a un lineamiento del “aprendizaje para el aprendizaje” en el cual, la Universidad de los Andes no forme simplemente a profesionales destacados, sino a personas que se introduzcan en la realidad, y que busquen reformarla. En esto, los científicos sociales deberíamos liderar la discusión, pues al fin y al cabo, estamos en un proceso de aprendizaje de nuestra realidad social.