Por: Lucas Tana - Estudiante de Antropología

Qué fuerza debe tener el cristianismo para mover tantas manos y tantos corazones. Qué fuerza trae el catolicismo que hace que sus templos hagan sentir su presencia en tu interior, como si las iglesias retumbaran en el cuerpo mismo. Hay una resonancia inmensa que canaliza la gran fuerza de esta religión hacia el cuerpo, y si resuena es por que tendrá algo en común, alguna armonía oculta, un pequeño espacio dentro de mí que está construido en simetría con estos templos.

Qué fuerza debe tener el catolicismo que inspiró la mano de tantos artistas a crear imágenes tan fuertes. Qué habitaría en el corazón de los hombres detrás de esas pinturas, detrás de las grandes estructuras que acogen a los fieles. Quiero creer que hay algo más que sólo dinero y poder en estas iglesias, que su influencia va más allá de la codicia y la manipulación, que hay algo en estos monumentos vivientes que es mucho más grande que cualquier ser humano. Me pregunto qué es lo que se esconde en esta materialidad, cuál  será la energía que se proyecta, cómo es su geometría. Quizá esa fuerza se la dan las personas, toda la energía que ha sido depositada aquí en forma de emociones y sonidos, las palabras, los llantos, los suspiros, las sonrisas, los silencios. Toda esa amalgama de cosas crea un gran tejido, un gran espacio invisible que habita el edificio visible. Quizá eso es lo que le da su presencia...

- Todas las iglesias huelen distinto.

- ¿Qué?

- Sí, cada una de las que hemos visitado huele diferente ¿Por qué será?

- Yo no he olido nada. Sólo me huele a iglesia.

- ¿Y cómo es ese olor? ¿A qué te huelen todas las iglesias?

- A guardado.

- A mí me huelen a historia. Algunas guardan el aroma del incienso, y en las cámaras cerradas huele a misterio, como algo que está cuidado y empolvado.

- Lo que digo: guardado.

- No, no, no está guardado. Huele a que lo sacan y circula en el más completo silencio. Si estuviera guardado, no se sentiría su aroma en el aire. Ven, asoma tu cabeza por esta reja. No es lo mismo, la anterior olía a madera vieja, esta huele a piedra fría cubierta de tierra y hierbas que desconozco.

Se acerca una señora con un libro (¿una biblia?) y empieza a leer. En medio de su oración solloza y suspira, y de alguna manera eso parece darle el toque de gracia: completa el espacio, lo habita y lo llena de algo que quizá hace parte de ese olor. De pronto eso es lo que compone la presencia particular de  cada iglesia en mi interior, lo que distingue su aroma, lo que añade algo a su esencia.

- Aquí lo sagrado tiene rostro y tiene sombra.

- ¿Por qué lo dices? ¿Acaso no habría de tenerlo?

- No lo sé. Hasta hoy creía que era obvio y natural. Pero siento que no es tan obvio, ni tan necesario. ¿Para qué darle una imagen a lo divino?