Por: Liliana Valencia Tello - Estudiante de Ciencia Política y Arte

“Ésta es la tragedia de la humanidad: estás dormido y el mundo exterior te está dominando; él modela tu mente y la convierte en una marioneta.”

-Buda, 53 sutras y cartas de meditación para el silencio y paz interior.

 

Vivimos en el pánico constante de no poder controlarlo todo. Vivimos en la angustia incesante de la incertidumbre, que nos envuelve día a día. La muerte, y la idea cristiana-judía de la misma, atormenta la consciencia de miles de fieles criados bajo los parámetros de una gran institución. Vivimos en una sociedad basada en el miedo, por el hoy, por el mañana, por los otros, por mí mismo.

 

Desde tiempos inmemoriales, se han detectado en los rastros escritos y orales que dejaron las comunidades y civilizaciones humanas vestigios de la necesidad de los héroes: modelos a seguir que no siempre son los mejores, pero que delimitan de alguna manera las posibles formas de ser y estar dentro de un grupo de personas. Y sí, desde un Odiseo a un Bill Gates, cada sociedad ha hecho su culto debido a las distintas personas que, consideran, vencen de manera victoriosa a los demonios, monstros, a la ira de los dioses, o que a pesar de todo se vuelven multimillonarios. Entonces, la conquista social está dada por “el deber ser aceptado” por la gran mayoría, dentro de los parámetros de un bien y un mal, que varia de sociedad a sociedad.

Las instituciones religiosas, en esa medida, son la prueba más fiel (aún presente hoy en día) de la manera en la que se puede generar el control social, a partir de atajos convenientes a corto plazo. Casi siempre, a partir de héroes que, poco a poco, han configurado bajo un discurso la filiación leal y amorosa de los sujetos; que no sólo se han tomado la tarea, por siglos de legitimarse a través de los discursos, sino que además, han generado sentimientos de filiación que se incorpora en la sociedad, a partir los sentimientos de cada persona. Sí, ese mundo perteneciente a cada quien, que al ser tan metafísico genera los lazos fuertes y perfectos, para que casi de una manera poco reflexiva por parte de los sujetos, sean fieles a aquello que sienten les hace bien.

Pero, existe un problema. Esa filiación por medio de la fe, la lealtad y el amor, si se mira más de cerca, muchas veces está ligada y plagada de miedo… Ese miedo que se siente cuando se le escapa a uno de las manos el control aparente de la vida. Ese mismo miedo que nos lleva a pensar en enemigos y terroristas. Ese miedo, que ha fundamentado masacres y guerras desde hace tiempo. Ese miedo, lleno de duda al no poder comprender lo que lo trasciende a uno mismo o por el autoconocimiento.

Sí, vivimos en sociedades llenas de miedo, que bajo los distintos discursos, exponen parámetros que defienden la libertad… pero si se es un poco más crítico, pareciera que nadie es completamente libre. Porque sufrimos de parálisis social, el miedo nos ha llevado a ser ovejas de un rebaño, animales que siguen sin protestar y que se entienden dentro de lo establecido, no a partir de ellas mismas.

Las instituciones y los héroes creados por las mismas, entonces, nos delimitan como personas, nos categorizan y nos hacen desear ser lo que “debemos ser”. Dando los parámetros justos para el mantenimiento del orden, y mostrando quién pude ser el Héroe y quién es esa persona del común que vive en lo ordinario, y que sólo debe procurar estar ahí, pendiente en su trabajo. Lo complicado en todo este orden es la cantidad de personas infelices que genera, ya sea porque se casan con una idea que no van a poder cumplir, o porque aceptan un puesto en la sociedad que no quieren ocupar. El miedo paraliza, y con ello genera la represión suficiente que se evidencia día a día en las caras de los miles de transeúntes con los que uno se puede topar.

Por lo tanto, si me preguntan, prefiero decir… que al final, tengo miedo de contarles lo que opino al respecto.