El curso de las relaciones entre la máxima dirigencia política de un Estado y sus fuerzas militares ha navegado siempre por turbulencias. Hace 2.500 años, cuando el gran General chino Sun Tzu ordenó decapitar las concubinas favoritas del emperador por incumplir sus órdenes a cabalidad, esta relación ha estado marcada por la mutua dependencia y recíproca necesidad, pero también por la dificultad para estabilizarse en sus respectivos campos de acción.

El doctor Andrés Dávila Ladrón de Guevara[1] lo explica: “Las Fuerzas Armadas están sujetas a una paradójica combinación de subordinación y autonomía relativa que conduce a mantener su distancia del ejercicio directo del poder pero con una sostenida injerencia en la labor estratégica de control del orden público” (Dávila, 1997). Sun Tzu afirmaba al replicarle al emperador a propósito del incidente con sus concubinas: “Habiendo recibido de Su Majestad la misión de ser el general de sus fuerzas, hay ciertas órdenes de Su Majestad que, actuando en este rango, no puedo aceptar”.

Surge el interrogante que ha signado históricamente las relaciones entre civiles y militares: ¿dónde termina la autoridad civil? ¿Cuándo comienza la responsabilidad absoluta del militar para tomar las decisiones? La respuesta es difícil. Depende de las épocas, culturas e idiosincrasias en las que esta relación se desarrolle. Pero, principalmente, del grado de civilidad y madurez política de la sociedad a regular.

La reflexión histórica

En Esparta, por ejemplo, no habían dudas: las decisiones fundadas en lo militar estaban por encima de todo, incluso de la propia vida. El recién nacido que tuviera defectos físicos y no fuera apto para la guerra era sacrificado, “abandonándolo o despeñándolo desde el monte Taigeto”.

Actualmente, Estados Unidos ejemplifica el marco que debe delimitar las relaciones entre políticos y militares. Desde los albores de la república norteamericana ha sido claro el mutuo respeto y la debida consideración que debe existir entre dos instituciones fundamentales para la existencia de una nación. “Un principio central de la democracia estadounidense es el control civil de las fuerzas armadas de Estados Unidos, encarnado en su propia Constitución” (Fisher-Thompson, 2007). Aunque, lo que verdaderamente ha fortalecido la democracia norteamericana, y el vínculo de interdependencia entre el estamento civil y el poder militar, es la relación del ciudadano común con sus fuerzas militares.

En el contexto nacional

En Colombia, un respetado estadista marcó el rumbo entre civiles y militares de forma clara pero respetuosa. El 9 de mayo de 1958, el presidente Alberto Lleras Camargo pronunció en el Teatro Patria de Bogotá, un discurso que delimitó las relaciones entre la política y las Fuerzas Militares durante la segunda mitad del siglo XX, a tal punto de consolidar la “doctrina Lleras”.

 

Figura 1. Alberto Lleras Camargo, en compañía de los altos mandos militares - 1960.[2]

Medio siglo después, Álvaro Uribe Vélez, resumió lo que para él deberían ser las relaciones entre el Comandante en Jefe de las Fuerzas Militares y los hombres y mujeres bajo su mando.

La condición sine qua non que Lleras planteó para el óptimo desarrollo de las relaciones entre lo político y lo militar, fue instituir que estas deberían darse bajo una mezcla precisa de autoridad, respeto y gratitud. También diferenció las funciones de cada institución.

 

Figura 2. Teatro Patria en 1949.               Foto: Tito J. Celis (Celis, 2006)

Lleras afirmó: “Los ejércitos vienen a ser el más alto, puro, noble servicio nacional. (…) Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas” (Lleras, 1958). El estadista fue claro definiendo al ente militar como no deliberante, separándola de las lides políticas dada su función natural.

Además Lleras es generoso al declarar los sentimientos de los colombianos por sus hombres de armas: “Colombia, como toda nación, pero en este momento más que cualquiera otra necesita tanto de un buen gobierno como de unas Fuerzas Armadas poderosas, no sólo por su capacidad de defensa sino por el respeto y el amor que el pueblo les profesa”. Este es un mensaje enfático, pero igualmente es afable y respetuoso.

El valor del paralelo discursivo y la realidad política

Cinco décadas después –en un contexto distinto– otro ilustre presidente colombiano no cambia fundamentalmente su mensaje a los militares bajo su mando. En un país totalmente disímil de modernidad, con una situación política diametralmente opuesta y con unas amenazas que evolucionaron y se hicieron cada vez más poderosas, la estructura básica de las relaciones política-militares se mantiene incólume según el discurso presidencial.

Se dirigía así el presidente Uribe a sus Fuerzas Militares: “Vengo a dar las gracias en nombre de la democracia, que se siente más libre frente a las garras de un terrorismo que quiso asfixiarla. (…) Vengo a expresar que me llevo un recuerdo que tiene una palabra: gratitud” (Uribe, 2010).

 

Figura 3. El presidente Álvaro Uribe V. en la Escuela de Guerra - 2008

Fuente: (ESDEGUE, Foto Archivo, 2013)

Sólo una diferencia en la forma se puede resaltar entre las posiciones de los dos líderes políticos, que es la manera de su interrelación con los militares. Mientras Lleras pregonaba la poca injerencia del conductor político sobre la gestión militar, Uribe fue cercano, incisivo y controlador. Pero respetuoso y leal: “Por eso, en medio de mis defectos de exigir tanto, algunas veces de llamar la atención en público, que no está bien, también asumí la responsabilidad siempre, siempre, para ser justo con ustedes y para construir confianza con ustedes (…)”.

Para concluir recordamos que Lleras gobernó un país de 13 millones de habitantes; Uribe uno de 46 millones. Que la agitación política de la época de Lleras era mucho mayor que la vivida por Uribe. Igualmente, las amenazas que enfrentó el presidente Lleras eran endógenas al propio Estado, a sus partidos políticos e inclusive a sus Fuerzas Militares. Las principales amenazas combatidas por el presidente Uribe, tales como las guerrillas terroristas y el narcotráfico, eran exógenas a la organización estatal.

Sin embargo, ambos presidentes se dirigieron a los militares de sus respectivas épocas de manera inteligente y respetuosa. Los dos recibieron una respuesta del mismo tenor de sus subalternos.

Este asunto, el de las adecuadas y eficaces relaciones entre el líder político y el estamento militar, no es de menor trascendencia. Al final, es un tema de supervivencia de las propias Fuerzas Armadas. Y por qué no, del mismo Estado, en cuanto a su capacidad de tener unas fuerzas de defensa nacional preparadas para apoyar su política exterior y para proteger la nación de amenazas externas.

Por fortuna, el pueblo Colombiano se lo ha reconocido siempre a sus Fuerzas Militares. Así lo afirmó el presidente Lleras con mayor claridad y belleza literaria al concluir su memorable discurso:

Pero mi voz será ahogada por el grito clamoroso de millones de colombianos saludando con júbilo a sus compatriotas armados, que les habrán devuelto a Colombia”.

 

CN (RA) Sergio Uribe Cáceres

Docente Departamento Armada

Escuela Superior de Guerra



[1] Politólogo. Doctor en Investigación en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de México y Director Magister en Ciencia Política de la Universidad de los Andes de Bogotá, Colombia.

[2] Archivo Editorial Oveja Negra.