Por: Alci Sebastián Burgos - Estudiante de Psicología

Vivir en Bogotá y encontrar situaciones de violencia no es algo anormal, ya de por sí el Transmilenio es un sistema de agresión pura. El otro día me encontraba rumbo a la Universidad de los Andes, cuando a la altura de la estación Centro Memoria vi a varios policías golpeando a un habitante de la calle. De repente todos los pasajeros se voltearon hacia las ventanas del articulado y empezaron a escucharse frases como “esos policías son unos salvajes, mire cómo le pegan a ese indigente”. Creo que todos asumimos que eso era cierto, ellos estaban abusando de su autoridad y, al golpear a un ser en estado de indefensión, cometieron un abuso inhumano que merece ser castigado. Lo que no suele ser pensado es la razón que estos “salvajes” tuvieron para cometer semejante crimen.

Las personas creen que como salvajes, ellos no tenían consciencia para pensar en sus actos, pero desde el punto de vista psicológico se puede ver que existen tres condiciones para que una situación de éstas se presente. En la primera, los uniformados eran en realidad unos salvajes. En la segunda, la condición de grupo en poder, con fuerza y apoyo judicial, le permite a los uniformados ejercer su poder violento sobre los demás, por su condición de superioridad ante la indefensión del otro.  A la anterior se le suma que la otra persona es distinta en cuánto a su estilo de vida, forma de vestir, de actuar, etc., puesto que en la violencia de masas es útil cualquier diferencia para distinguir un objetivo enemigo. Esta violencia se da por una división del bueno y el malo, dónde la idea es defender las ideas propias de la institución a la que se pertenece. En el caso de la policía: Dios y Patria. Por lo que, tal vez, los recicladores podrían ser para algunas autoridades una amenaza a este sistema. En la tercera condición, se encuentra la posibilidad de que ellos estuvieran obedeciendo las órdenes de un rango superior y ya que la desobediencia civil no es una figura clara en los estatutos policiales y menos en los militares. Así, la única opción de un uniformado que no quiera lastimar a alguien más, sería someterse a cargos por rebeldía o renunciar.

Por otro lado, las personas no tienden a rechazar las órdenes de alguien autoridad, como se demostró en el famoso experimento de Milgram. Este consistía en una situación actuada donde se le enseñaba a un sujeto experimental llamado “Maestro” a castigar a un actor llamado “Alumno”. Se le pedía que repitiera unas palabras y cuando este se equivocara en una respuesta, se le aplicaba una descarga eléctrica falsa que empezaba a los 45 voltios y aumentaba 15 voltios con cada error. Los actores fingieron respuestas erróneas y los Maestros aumentaron cada vez más la intensidad del castigo. Con lamentos pregrabados se intentó disuadir al Maestro de seguir en la prueba y en la mayoría de los casos ellos manifestaron la intención de parar la prueba, pero el conductor de la prueba motivó a seguir aplicando aquel “doloroso” castigo y las personas obedecieron. Esto me lleva a pensar si realmente los policías que vi, desde el lujoso Mercedes Benz rojo, eran unos salvajes o personas del común que obedecen órdenes. Más allá de eso, ¿será que estamos acusando a las personas correctas o solamente asumimos que las personas con autoridad tienen una violencia inmanente y lo comprobamos con lo que vemos a primera vista?