(19/09/2014)
Por: Simone Weil 

El pasado viernes 19 de septiembre se dieron cita profesores y estudiantes de la Universidad de los Andes para ver la Película de Lech Majewski El Molino y la cruz. Más de treinta personas nos encontramos entre las 5:00 y las 8:00 pm en el salón O-102 para frenar el reloj, abrir una grieta en el suelo y viajar al centro de la tierra en otro mundo. Se trataba de la segunda sesión del Cine Club Notas de Cine, organizado por estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad.

 

La actividad fue moderada por Silvia Villalba –estudiante de Historia y Arte– y por Jaime Borja –profesor de Historia–. Silvia hace parte de la Asamblea de Estudiantes de Historia de la Universidad de los Andes que se llama Historioramas: un espacio articulado a la Red Distrital y a la Organización Nacional de Estudiantes de Historia. El profesor Borja, especialista en América Latina e iconografía colonial, es definido por sus estudiantes como un “niño”: absolutamente todo lo que estudia es disfrutado por él.

Reunidos con estas dos personalidades de “pasillo”, su presencia apoyó la película en datos que desconocíamos en el público: 1) Se trata de una película realizada en tres años de trabajo intenso; rodada por primera vez en 2011 y dirigida por un genio renacentista que vive a destiempo: Lech Majewski.

Director de teatro, escritor, poeta, pintor y autor de cine, Majewski ha decidido ofrecerle a su público una película que según el profesor Borja: “No alcanza a ser cine de autor; pero tampoco es video-arte”.

El Molino y la cruz inicia con el ruido perturbador del molino activo que ocupa un lugar privilegiado en el cuadro Procesión al calvario (1564)del pintor flamenco Pieter Bruegel o El Viejo, y cierra con el silencio de un naufragio en el que la obra muere en la soledad del museo, completamente aislada de su historia.

En opinión de Borja, la película permite destacar dos ejes de análisis, entre otros. Primero es una obra de un fino contenido crítico en el campo político; segundo, reúne las características de un trabajo juicioso de reconstrucción histórica.

La crítica de Majewski, polaco protestante, se resume en la imagen de la crucifixión de Cristo. El autor de la película buscó un sustituto de los judíos y los romanos, y actualizó la crítica al paganismo católico en tiempos de la reforma antes de la aparición del movimiento iconoclasta. Los españoles del siglo XVI fueron los verdugos de Cristo en la cruz, en un momento en el que la fe se sumaba a la emergencia de una nueva orientación.

Por otra parte, el uso de referencias a la obra completa de Bruegel hace del Molino y la Cruz una obra maestra que nos acerca al interior de las casas tardo-medievales. Los hábitos alimenticios, los juegos y el silencio, son características de una sociedad que podría ser completamente otra a los ojos de un ciudadano perturbado por el ruido heredado de la sociedad industrial. El Molino, dice Borja, “es la representación iconográfica de Dios en la pintura del siglo XVI. Él se mueve a la par del viento que es entendido como un soplo divino”.

La compañera Villalba anotó, además, dos puntos muy interesantes: El Molino y la Cruz no es una obra convencional de cine histórico, pues nos extrae del tiempo y nos da un retorno gradual a él. Segundo, los jugueteos del director con la imagen-movimiento nos enseñan, según Villalba, sobre la dificultad del oficio de la historia: ¿En esta obra quiénes hablan?: el pintor, el burgués del pueblo y la madre de Cristo. La vida cotidiana y la voz de los habitantes que poco podría oír el historiador en el archivo es ausencia casi absoluta, la presencia de un susurro.

Estos aspectos llamaron la atención del público, que preguntó e intervino a su antojo. Así supimos de las inquietudes e interpretaciones, los gustos e interpretaciones de los miembros del público.

Al ingresar al salón, recibí con algo de júbilo la experiencia de compartir con varias personas de distintas carreras. Cambiamos sonrisas, abrazos y hasta correos electrónicos: recordé la satisfacción de la euforia colectiva que producen los espacios públicos y reafirmé la convicción de que entre estudiantes y profesores puede hacerse demasiado si nos reúne una ilusión.

II

Se trata de algo más que un Cine Club: Notas de Cine, intenta ir más allá de los espacios culturales a los que concurrimos. Es más que una típica aventura que pretende abrirse lugar entre un público indefinido o que reúne expresiones estudiantiles espontáneas que buscan en una película la excusa perfecta para justificar un encuentro mensual en medio de la división y la dispersión.

Vi en el Cine Club un proyecto que reúne proyectos, valga la redundancia, que intenta articularlos y que le da continuidad a iniciativas que surgieron hace más de un año en distintos grupos de participación: La Parada, Historioramas, Polo Joven. A mi juicio, es una apuesta por construir un espacio diverso y programático, que puede ser fecundo si avanza hacia la organización de distintos estudiantes de la Facultad y hacia la construcción de una propuesta más amplia que coordine las actividades entre las y los estudiantes de Ciencias Sociales. Es un paso importante hacia la apertura de las fronteras disciplinares entre las ciencias sociales.

Allí se exploran nuevos formatos, se buscan otros públicos, se renueva el sistema convencional de una conversación. Todas y todos nos apropiamos de él, aportando con la palabra o conservando el mensaje implícito que nos deja la película en el fondo, y que llevamos a casa en silencio.