Por: Luisa Aldana - Estudiante de Ciencia Política

 

“Estás frente a los futuros enmascarados de San Fernando, eres afortunada por poderlos ver antes de que tengan una máscara.” En ese momento no entendía muy bien el porqué del conocido enigma de la identidad de los luchadores libres. En realidad, no entendía nada, no sabía nada sobre lucha libre. Como la mayoría de los bogotanos, no tenía idea de que se practicara en la ciudad. Una asociación por inercia con la palabra llaves y la sospecha de que requería una indumentaria de súper héroes era lo único que creía saber sobre lucha libre. El salón comunal del Barrio San Fernando no solo estaba por llenar estos vacíos, sino poner ante mis ojos un espacio híbrido.

Gracias cachorro pero no pelee por mí”, decía el único joven que se encontraba afuera del salón comunal cuando llegué. Él ya estaba sentado cómodamente en el andén mientras hablaba por una especie de radio- teléfono. Poco a poco fueron llegando los demás aspirantes a futuros enmascarados hasta completar un grupo de doce. Unos eran más jóvenes que otros, la mayoría llegó en moto y, a excepción de dos o tres, venían en ropa deportiva. “Espérese que ahorita con unos buenos golpes se lo quito”, repetía uno de los mayores cuando alguien se quejaba por el cansancio. En cuanto les abrieron las puertas del salón, les tomó menos de diez minutos estar en pantaloneta, alistar la colchoneta y empezar a calentar.  

No había máscaras, personajes o seudónimos; es más, utilizan sus nombres de pila. Empiezan el calentamiento, no se escuchan comentarios entre ellos. El único sonido presente es el de los jadeos mientras hacen abdominales. Son tres cosas las que tienes que saber para entender la lucha libre: es una pasión, el poder encarnar un personaje es un privilegio y la clave es el misticismo”Es lo primero que me dice Edwin, el encargado del entrenamiento. Para él, la clave de la lucha libre es el misticismo que hay al no saber quién está detrás de la máscara. En el momento menos esperado, el más escueto de los jóvenes que practicaban agarró a su contrincante, le hizo dar una vuelta en el aire y lo lanzó de espalda a la colchoneta. “¡Buen agarre Daniel! Jonathan, hay que mejorar la caída ¡Concéntrese hermano!” dijo un serio pero emocionado Edwin.

El silencio entonces desapareció, ahora cada contacto se traducía en diferentes sonidos. No era el ruido de ellos cayendo sino de las expresiones que hacían: ¡Buah, pac, puh! Eran como exhalaciones exageradas para parecer más rudos. No todo son llaves, también aprenden a caer; traté de retomar la conversación. “Sí, llaves, castigos, caídas y lanzamientos” me respondió Edwin. La lucha libre representa un enfrentamiento entre el bien y el mal. Están los luchadores técnicos y los rudos; los técnicos representan el bien y los rudos el mal. Los primeros crean empatía con el público, los segundos se pasan por alto las reglas. “La apariencia del personaje, generalmente, da una idea del bando al que pertenece pero rara vez de la persona que está detrás de la máscara.” 

Daniel es uno de los más delgados y jóvenes, lleva siete meses entrenando pero según él, anda obsesionado desde los tres años. Sus íconos son los de la vieja escuela: Rayo de plata,El siniestro, Rasputín, El tigre de Colombia, entre otros pioneros de lucha libre en Colombia. Su apariencia y su hablar despacio hacen creer que quiere ser un luchador técnico. “Yo no mato ni una mosca, soy lo más pacífico de por aquí y por eso mismo quiero ser rudo”dice para justificar su elección. Rápidamente entre sus compañeros empiezan las burlas: “él quiere ser rudo pero toca ver si puede” dice uno; “Si, este man se pasa de pacífico pero este man es Daniel, este no es el que se va a subir a luchar” dice otro para defenderlo.

“¿Yo? ¿Por qué te…? No”, dijo finalmente Edwin cuando le pregunté si él era luchador. Entre risas dice que cómo va a serlo con su barriga. Edwin aparenta alrededor de unos 36 años, es moreno, de baja estatura y de su contextura ancha. Las fotos, que con tanto orgullo muestra de los enmascarados profesionales, dejan ver que a más de uno le gana en barriga. A pesar de su negación, siempre se refiere con un "nosotros", cuando habla de los enmascarados. “Todos tenemos trabajos normales, somos normales”dice mostrando su carné del trabajo del cual solo se alcanza ver un PRENSA en verde. Imaginárselo detrás de una máscara y con seudónimo no es difícil, el problema es que por la idea del enigma que él mismo defiende, si es luchador no lo aceptaría en público jamás.

Esteban es uno de los pocos que no les preocupa que sepan quién es. Para él, el misterio no solo lo da la máscara. “Yo no soy la persona que se sube a pelear allá”, dice Esteban. Él quiere ser rudo pero sin máscara. No le importa que la gente sepa que se llama Esteban porque no le interesa diferenciar la lucha libre de su otra vida. “Ambos son mi vida, son mis dos facetas pero no quiero separarlas por una máscara”, justifica.Esteban practicó por algunos años lucha libre en los Estados Unidos, por lo que le ha costado ajustarse a la tradición mexicana que se maneja en Colombia. Quizá por esto no se siente tan atraído por crear una identidad tras una máscara. “Si la gente sabe quién soy, la admiración va a estar todo el tiempo y no solo cuando sea alguien disfrazado.”

“¡Pero métale su personaje! ¡Pero están peleando huevón!“, le dice Esteban a dos de sus compañeros que estaban luchando. Tres hombres grandes, serios e intimidantes llegan de repente al salón comunal. Inmediatamente, el ambiente del entrenamiento cambia. Hay una tensión evidente en los jóvenes que rápidamente buscan la mirada de Edwin quien me dice que nos queda poco tiempo. Esas figuras intimidantes se ubican lo más alejado posible y hacen gestos de desagrado cada vez que se toma una foto.

“De pronto vienen los muchachos y a ellos si no les gusta que hayan extraños¿Cuáles muchachos? “Los enmascarados. Con ese diálogo, Edwin me pide amablemente que me retire del entrenamiento, antes de recordarme que no vaya a imaginarme cosas. Edwin tenía razón, el enigma es la clave de la lucha libre, pero no de la forma en que él cree. No son las máscaras ni los atuendos, es la identidad con doble naturaleza de quienes hacen parte de la lucha libre. La división entre ficción y realidad, de lo cotidiano y lo extraordinario a través de un personaje, ese es el enigma. Una construcción de una identidad y de las diferentes facetas que todos tenemos, que pueden  no responder a lo que se muestra o quiere mostrar en nuestro día a día. Todos somos potenciales enmascarados de alguna manera.  Entre las personas más cercanas puede haber uno que exprese esa doble naturaleza a través de la lucha libre ¿No le da curiosidad saber si tal vez conoce la identidad de un enmascarado?