Por: Anónimo

Según el Primer Reconocimiento Médico Legal, del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses adscrito a la Unidad de Reacción Inmediata de Paloquemao (URI), el pasado 15 de marzo de 2014 a las 03:26 horas, presentaba laceración de 3 cm. en la mejilla izquierda, escoriación torácica izquierda de 7 cm, refería dolor intenso en la rodilla derecha, edema moderado, limitación funcional y mecanismo de la marcha con cojera ostensible. Todo esto surgió el día anterior cuando caminaba por la calle 17 con 4ta, junto a dos compañeros, y me disponía a prender una pipa. Justo en ese momento llegaron dos agentes motorizados de la Policía Nacional, se acercaron y me solicitaron una requisa. En paz conmigo mismo, accedí sin miedo a estar haciendo algo indebido, me puse contra la pared y permití sin resistencia alguna que se llevara a cabo. En esta, me encontraron una pequeña bolsa ziploc que contenía 1 gramo de marihuana aproximadamente. De inmediato, los agentes me comunicaron que me llevarían judicializado y que debían esposarme. Ante esto, rechacé de facto el veredicto de los policías y les hice saber que conocía mis derechos y que podía portar hasta un máximo de 21 gramos; el Código de Policía contempla el hecho de hacer un llamado de atención, pero nunca judicializar y mucho menos esposar a quien consume marihuana como a un delincuente. 

Acto seguido, los agentes procedieron a hacer uso “legítimo” de la fuerza, sujetándome uno por delante y otro por detrás. Frente a esto, reaccioné de manera defensiva empujando y llevando al piso al que tenía en frente,  zafándome, de paso, del que tenía atrás. Retrocedí hasta llegar a la acera de enfrente y el policía César Giovanny Ayala, que me sujetaba por detrás, tomó impulso y me propinó un fuerte rodillazo en la parte lateral externa de la rodilla derecha. Así de simple me había roto el ligamento cruzado anterior, dejándome tendido en el piso para pasar a golpearme y esposarme estando encima mío. Tan solo había decidido fumar marihuana en esa cuadra debido a la soledad que la caracteriza y con el fin de no molestar a nadie. Una vez sucedió el incidente, los escasos comerciantes y transeúntes de la cuadra se volcaron en contra de la policía por tan intransigente acto. Mis compañeros, junto a un retirado del ejército llamado Luis Alberto, me quitaron a los porcinos de encima y para la mala suerte de Don Luis, los policías decidieron arbitrariamente esposarlo y llevarlo a proceso de judicialización, según ellos, por obstrucción a un proceso policial.

Una vez en el CAI Colseguros, en la carrera 10 con calle 17, le hice saber al agente César el intenso dolor que sentía gracias al golpe que sin razón me propinó, lo excesivo de su abuso de autoridad y el incorrecto proceso que estaba adelantando en mi contra. Frente a esto, el “paladín” de la justicia asumió una actitud burlona y ofensiva asegurando que lo merecía. Durante cuatro horas junto a Don Luis, intentamos convencer a los policías de que nos soltaran pero todo fue en vano. Tal vez mi más grande error fue confiar en los policías, ya que estos decían que nos llevarían a la URI, pero por tratarse de casos tan simples, nos dejarían en libertad sin ir a un calabozo. En razón de esto, consideré que no era necesario llamar a un abogado. A eso de las 9 PM  llegamos a la URI y allí procedieron con el caso, me imputaron el cargo de tráfico de estupefacientes (sí, por un gramo) e hicieron la reseña y el informe de medicina legal correspondientes. A la postre, Giovanny Ayala me llamó pidiéndome que lo siguiera. Bajamos por unas escaleras y para mi sorpresa, me encontré frente a varias celdas atestadas de gente. Le pregunté al fulero que significaba eso y me explicó que iba a estar ahí por poco tiempo, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Fue ahí cuando comprendí el calvario que se me venía, 15 horas de encierro con los delincuentes más calle de la ciudad.

A partir de lo anterior, he entendido que las facultades otorgadas a los policías a saber, el uso legítimo de la fuerza, la autoridad, su pintoresco uniforme, amenazadoras armas y una enorme red de trabajo, hacen de estos la ley práctica y que el éxito de su labor recae en presentar cifras. Asimismo, el agente de policía representa una autoridad encarnada en un ser predeterminado por trayectorias de disciplina, deshumanización, violencia y educación policial. En este sentido, como dijo Mijaíl Bakunin: “La obediencia pasiva es su mayor virtud. Sometidos a una disciplina despótica, acaban sintiendo horror de cualquiera que se mueva libremente”. Así motivados por la instrucción policial, extralimitan su autoridad y reprimen a quien goza de esa engañosa libertad, de la cual han sido despojados.

En mi opinión, dicha extralimitación supone un gran problema para la sociedad ya que la autoridad otorgada hace que se penda de un hilo entre el bien y el mal. Según se desprende de diversos casos de nuestra realidad colombiana, la Policía Nacional, al igual que cualquier Banda Criminal, manipula armas y drogas, extorsiona, atraca, asesina, viola y desaparece gente, todo esto bajo el escudo del aparato estatal. Así, una vez perpetrado el abuso de autoridad, las burocracias y procedimientos debilitan toda intención de hacer justicia. Hago mención de esto ya que en mi caso la Fiscalía sugirió dejar la denuncia de lado por el tiempo y dinero a invertir, y principalmente, porque no veían en los hechos razones de peso para emprender un proceso legal en contra de un agente del Estado. Así como el mío es un caso simple, muchos otros de mayor trascendencia han quedado en la impunidad ya que, como dice el viejo dicho, en este país “la ley es para los de ruana”.