Por: Salomé Cohen Monroy - Estudiante de Ciencia Política

La voz de Germán Castro Caicedo no se manifiesta pero, aun así, dice mucho. Quienes toman la palabra son los protagonistas de la empresa del M-19 que busca traer un enorme cargamento de armas en un buque, “El Karina”. Cada uno cuenta, con lujo de detalles, las maromas y obstáculos para que el 14 de noviembre de 1981 El Karina llegara desde el Mediterráneo hasta el Pacífico colombiano y fuera hundido por la Armada Nacional. Así que si se pregunta cómo hacer para conseguir armas usadas en algún lugar al otro lado del mundo, embarcarlas en el Mediterráneo, atravesar el Atlántico, enviar la mitad en un vuelo secuestrado al Amazonas, todo con averías, marineros borrachos  y estar dispuesto a exceder su presupuesto (en exceso), en este libro encontrará un buen recetario, a pesar del fracaso.

El gobierno y el ejército se vanaglorian del éxito de su misión. El M-19 cuenta los hechos que parecen sacados de un relato épico. Pero entre líneas se revela una paradoja: la mutua dependencia entre estos enemigos. No todas las armas se perdieron en el fondo del mar; muchas de ellas llegaron a las selvas colombianas en un avión secuestrado días antes. Y es que si esta parte de la misión se logró, fue gracias a los miles de dólares invertidos comprando a las autoridades de La Guajira para que no se acercaran a la pista de la que salieron las armas. Lo curioso no es tanto que el M-19 se haya servido de la corrupción de la Fuerza Pública para alcanzar sus objetivos, sino que esos datos pasen ligero entre las anécdotas de los guerrilleros. Por eso digo que Castro Caicedo habla sin hablar: nunca lo dice, pero el hecho de que esta corrupción, descarada y evidente, aparezca tan desapercibida confirma que está completamente naturalizada en Colombia.