Re-Pensar los Imaginarios:
La Droga Como Discurso.

Por: Alexandra Duarte.

¿Para qué molestarnos con el café? ¡Inyectémonos cafeína directamente en nuestra sangre! (Zizek)

El problema del conocimiento ha estado latente en la historia de la humanidad. En el marco de un espacio  temporal incierto, algunos dirían post-modernidad, otros aún modernidad y unos cuantos incluso sobre-modernidad, el conocimiento quedó subyugado al lenguaje. Aun así algunos conceptos se piensan desde paradigmas epistemológicos anteriores. La droga, al igual que muchos otros conceptos, implica una carga política/ideológica/cultural y sin embargo, constituye un imaginario que da cuenta de la tiranía del concepto/idea. Es un término cuyo sentido pasa por la dimensión discursiva del lenguaje. El reto es intentar des-naturalizar el concepto para pensarlo como un discurso y no como una verdad “en sí”. Lo que propongo, entonces, es entender la droga como parte de un discurso para después poder salirse de esas líneas discursivas, y lograr verla desde afuera o incluso desde más adentro.

El concepto “droga” da cuenta de la historia y las posiciones de poder que lo han pensado y re-producido. Significa porque es parte de un discurso hegemónico, que, como cualquier otro, dice sólo lo que debe ser dicho para su supervivencia y, además, lo dice de una manera específica. La droga se entiende ya desde la tiranía de la hegemonía, esa misma dictadura que impone pensar el mundo fuera del lenguaje. Aun así, el sentido, los sentidos siempre latentes nunca dejaron de amenazar con salir a la superficie. Se pudo naturalizar lo que se entiende por “droga” pero nunca silenciar las posibilidades de re-pensarla.

Los “pequeños discursos”, esos que ya no hablan de Cultura y Poder sino de culturas con “c” minúscula y re-sistencia, son una prueba efectiva de codificaciones conceptuales diferentes alrededor de las drogas. Me refiero a diferentes formas de entender el mundo y en consecuencia de significar conceptos, dar sentido. Por ejemplo: La cultura Rasta, los campesinos latinoamericanos e incluso algunos movimientos musicales y artísticos. ¿Por qué se asume que un discurso es legítimo y se invisibilizan muchos otros? El hecho de que exista esta re-sistencia a la hegemonía no legitima en ninguna medida el paradigma impuesto. Por el contrario, demuestra que no hay una “verdad absoluta” sino pequeñas verdades que se sobreponen una a la otra. Es decir que la legitimidad de los discursos no es un deber ser sino un proyecto de silenciar todo aquello que amenaza al status quo.

¿Por qué se priorizan unos discursos sobre otros? ¿Por qué decidimos ignorar las amenazas a la forma hegemónica de significar el mundo? La dimensión discursiva del lenguaje hace visible la torsión epistemológica y política que silencia todo aquello que se oponga a la hegemonía. La amenaza al orden es el lenguaje que no puede permanecer callado por siempre. “Lo alterno” da cuenta del poder de lo no-legitimo, ese poder que intimida a la tiranía desde el silencio y que va conformando poco a poco la revolución de lo que no se puede decir.